Mis primeros pasos los di en Colasay, allí crecí corriendo por sus hermosos parajes, respirando aire puro, tomando leche fresca, comiendo fruta sana, aun recuerdo las hermosas flores como la cuna del niño, verbenas y rosas, que había en su parque ,donde también se lucía su glorieta de madera, además del cabildo y de la iglesia. En los huertos había chirimoyas grandes y dulces, granadillas jugosas, mísperos, guayabas, naranjas, limas, guabas y limas reales.
Igual fue en Jaén donde mi padre y mi madre eran profesores de secundaria y primaria respectivamente, allí estudié la primaria, los días eran alegres. Cada día al ir de mi casa a la escuelita adventista, pasaba por huertos, chacras de cacao hoy convertidas en calles transitadas por moto taxistas, autos y camiones. En esa oportunidad, era agradable caminar por el pequeño bosque, escuchar el trinar de las aves, ver los verdes piñones, las nonas, ver una que otra comadreja, un escurridizo mono cacahuero, o un camaleón que cambiaba de color, buscando mimetizarse con el verdor de los arboles. Se caminaba con cuidado para no ser tocados por la ponzoñosa ortiga.
Los fines de semana, con mis amigos de barrio nos íbamos a la quebrada que cruza la ciudad a darnos un baño, en Jaén el calor es intenso por lo que este resultaba muy refrescante. Al llegar las vacaciones, con mi familia entera nos íbamos a la finca de mi padre llamada “la Cidra”, junto a la choza, pasa el río Chunchuca. Con mis primos, hermanos y amigos, nos íbamos al río a pescar y como siempre a darnos un chapuzón. A veces, clandestinamente nos subíamos a los caballos, mis tíos no querían que lo hiciéramos, porque decían que los cansábamos.
Conforme crecía, mi apego al río era grande, muchas veces junto a mi padre otras veces con mis tíos y primos, desde el viejo puente blanco ubicado en la antigua carretera de penetración Olmos Corral Quemado, nos internábamos rumbo a Juan Díaz, un caserío muy acogedor. Cuando la carretera lo permitía nos íbamos en camioneta o sino simplemente caminábamos, aproximadamente por espacio de cuatro horas, que lo hacíamos bajo el intenso sol, a veces llovía por lo que buscábamos protegernos bajo las copas de los arboles. Al lado del camino discurría el río Chunchuca, hermoso, limpio y emitiendo un sonido, que para mí era musical. Es el canto del río, a mí mismo me decía, esta alegre, da vida a las tierras, al hombre y en sus propias entrañas.
He tenido la oportunidad de ir río arriba muy cerca al Corcovado, ubicado en el distrito de Chontalí, la gran montaña donde nace el río con inocencia, límpida y pequeña, para luego ir creciendo por acción de sus afluentes., diversos riachuelos que lo van alimentando hasta convertirlo en hermoso y apacible en verano, pero torrentoso y bullanguero en invierno.
En mi infancia no conocí el televisor, es que en Jaén no había ningún canal de televisión, el fluido eléctrico no era constante, este durante el día no había y solo a veces por la noche se iluminaba las calles, era normal estudiar con velas. En aquella época la lámpara Petromax sobresalía sobre los mecheros, candiles y velas.
Mi diversión así como la de mis amigos, era armar nuestros propios coches con viejos rodajes, era construir nuestras cometas, confieso que era mágico verlos por los aires volar. Con dedicación se le quitaba la punta del clavo del trompo y lo pintábamos con colores vivaces. Cuanta emoción derrochábamos en los partidos de futbol, los cuales eran jugados con garra y tesón. Las vistosas canicas de cristal muchas veces eran reemplazadas por los choloques.
Es hermoso estar en contacto con la naturaleza, sentir la lluvia caer sobre nuestras mejillas. Escuchar los truenos y ver los relámpagos. Escuchar cantar a las chicharras al momento del calor infernal. Ver a los sapos en las ciénagas. Ver en la noche oscura destellar a la majestuosa luciérnaga. Observar a las pequeñas golondrinas volar de forma aleatoria a ras de tierra. Ver germinar una pequeña semilla. Reconocer los arboles, diferenciar un naranjo de un limón, un mango de un palto, un ciruelo de un café. Ver al pájaro carpintero cual hábil arquitecto construir su nido. Ver el aleteo, impresionantemente veloz del pequeño colibrí. Todo esto, es la expresión de vida que nos da nuestra madre tierra.
El río Chunchuca sigue cantando, aunque en ella ahora hay cierto lamento, los pequeños caseríos han crecido, muchos ahora tienen agua potable y desagüe, como ocurre en otras partes los desperdicios son arrojados al río. Con pesar vemos que no existe la voluntad de protegerlo o disminuyendo su acción utilizando las lagunas de oxidación.
Mas aún, hoy vemos que el hombre se ha empeñado en dinamizar la economía, sin importarle las consecuencias que ellas acarrean, para lo cual se apoya en la avaricia, la codicia y la injusticia. Sin importarle que se rompa el equilibrio entre el desarrollo y la naturaleza y que la tierra este sufriendo por las grandes laceraciones que le está haciendo la actividad minera formal e informal.
Sus ríos están siendo asesinados, en sus aguas muchas veces ya no hay vida. Materiales como los plásticos y residuos nucleares pasaran años para que puedan ser degradados. Las ciudades están llenas de polución y del mundanal ruido, que elevan el nivel de estrés de los citadinos. La palabra calentamiento global se ha convertido en un modismo.
Con tristeza vemos que el hombre se ha convertido en el peor depredador, actúa olvidándose que es parte de la naturaleza. Ha olvidado que nuestros bosques, que nuestra biodiversidad, que nuestros recursos minerales constituyen nuestro capital y sin embargo lo ven como renta.
Nuestra madre tierra ya no es joven, ya es cuarentona, la resaca ya no lo soporta como en su época juvenil, ahora esta más sosegada, esta calmada, esperando que sus hijos la respeten y la cuiden. Es que estamos entrando en la recta final, pronto empezaran los achaques, después simplemente vendrá la muerte, con grandes inundaciones, con sequías, plagas y pandemias.
El hombre en su carrera y lucha irracional, ha olvidado que tiene tres vínculos que respetar, el vínculo entre su yo exterior con su yo interior, su vínculo con la tierra y su vínculo con el cosmos. Estos vínculos lastimosamente los ha roto, los ha perdido, los ha cortado.
Los antiguos peruanos en su cosmovisión tenían como parte de su vida el respeto a la naturaleza, el respeto a la madre tierra, le rendían culto, le hablaban, le cantaban, le agradecían. El peruano de hoy con su indiferencia simplemente lo ignora, no lo valora, está más preocupado por su competitividad, por su progreso, por su riqueza y muchas veces solo en sobrevivir.
Lo que hoy está sucediendo es más que preocupante, la tierra está envejeciendo, los ríos están muriendo, los bosques desapareciendo, diversas especies de la fauna se están extinguiendo y con las hermosas flores está sucediendo lo mismo. Si a esto le llamamos progreso, no concuerdo con ello, porque lo que está ocurriendo es un crimen, con alevosía estamos asesinando a nuestra madre tierra.
En estas líneas evoco mi infancia porque me recuerda que debo defender y cuidar el aire, el agua y la tierra, fuente de vida y que constituye la gran herencia que debemos dejar a nuestros hijos y a las generaciones venideras. En estos momentos, cierro los ojos y escucho el canto del río, luego suspiro y suplico: Perdonamos madre tierra porque si sabemos lo que hacemos
domingo, 6 de diciembre de 2009
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